POLONIA, EL NUEVO MURO DE LA EUROPA FORTALEZA
Un muro de cinco metros de altura que atraviesa un bosque protegido, una zona de exclusión donde no pueden pasar las organizaciones ni la prensa, centros cerrados de detención y mensajes a favor del militarismo: esta es la estrategia del gobierno polaco contra la migración que activistas y organizaciones locales combaten en el discurso y en la práctica.
Mathias Rodríguez y José Ángel Sánchez – Publicado en El Salto Diario
Febrero, 2022 – Hajnówka, Polonia
El reloj marca las 21:17. Hace ya más de tres horas que se ha hecho de noche en este pequeño pueblo polaco, a pocos kilómetros de la frontera con Bielorrusia. Un coche nos recoge: acompañamos a un grupo de activistas locales en una de sus intervenciones. Una persona les ha contactado desde la frontera, dentro del Bosque de Białowieża, pidiendo ayuda, así que nos adentramos entre los árboles por un camino de tierra.
Ocho kilómetros más y estaríamos dentro del área restringida y militarizada que el gobierno polaco estableció en septiembre del año pasado, trazando una línea roja a lo largo de toda la frontera. Los locales le llaman ‘la zona’, y tanto las organizaciones de ayuda humanitaria como los medios de comunicación tienen prohibido el acceso.
Estamos ya cerca de encontrar al hombre que pidió ayuda. El GPS nos avisa de que solo faltan 800 metros, cuando una luz intensa nos señala desde dentro de los árboles: “Policja” [policía].
Nuestro coche da la vuelta. Perdemos de vista el segundo coche con el que nos desplazábamos y ahora el furgón de la policía viene detrás. Nos siguen durante al menos 15 minutos y finalmente nos dejan. “Estoy segura de que esta vez han cogido nuestro número de placa”, lamenta una de las activistas.
El segundo coche de activistas nos contacta: han rescatado a un joven que llevaba varias noches durmiendo al raso, entre el bosque y la nieve. Aparcan en la entrada y el joven entra corriendo a la casa de una de las activistas. Se sienta en el suelo de la entrada. Intenta quitarse las botas, mojadas. Sus brazos se mueven de forma rígida y brusca, y su cuerpo desprende frío y humedad. Llegan las mantas. Nos abrazamos: ha conseguido salir del bosque y podrá pasar la noche en una casa segura.

Otras cinco personas migrantes le esperan en el piso de arriba. “En el bosque hay hombres, mujeres, niños, personas mayores, familias enteras. La frontera es muy dura y cruzarla es peligroso”, advierte uno de ellos. En este caso, son jóvenes procedentes de Eritrea y Yemen que llegaron a Bielorrusia alentados por agencias de viaje en sus países de origen. Tras cobrarles varios miles de euros por gestionarles el visado, les prometieron que podrían llegar a Europa sin ningún riesgo, pero una vez pisaron tierra bielorrusa, estos agentes desaparecieron, por lo que las personas migrantes comenzaron a organizarse para llegar hasta la frontera e intentar cruzar.
La alta militarización de la zona, la dureza del invierno y la naturaleza salvaje del bosque de Białowieża se añaden a las tres vallas de concertinas que las personas deben flanquear para entrar a Polonia. Los testimonios narran que lo consiguen cavando pequeños huecos en la tierra y que atraviesan las concertinas, pero pierden ropa de abrigo, mochilas, equipaje o documentos. Sus manos y el resto de su cuerpo todavía muestran las marcas de las concertinas en la piel. “Cuando los soldados polacos te encuentran en el bosque, te ponen en uno de sus coches y te llevan al puesto fronterizo. Abren la frontera y te dicen: ‘Go back to Minsk’ [vuelve a Minsk]”, narra otro de los jóvenes.
Al otro lado de la frontera, los soldados bielorrusos dicen solo tres palabras: “Go back to Poland” [vuelve a Polonia], explica. Al mismo tiempo, tan sólo unos kilómetros más al sur, tras el estallido del conflicto en Ucrania, miles de personas han conseguido salir del país llegando a la frontera polaco-ucraniana, aunque —una vez más— no todos los refugiados cuentan con los mismas posibilidades. A esperas de que se habiliten corredores humanitarios tanto para civiles como para la ayuda humanitaria, el Gobierno polaco ha reconocido en los últimos días que el sistema de asilo se encuentra desbordado y la Unión Europea ha activado, por primera vez, la normativa que permite la entrada sin límites de refugiados ucranianos. Mientras tanto, la sociedad civil está organizando gran parte de la ayuda —en Polonia pero también en otros países como Alemania o Lituania— para recibir a las personas que consiguen salir del país.

La ayuda humanitaria en manos de activistas y organizaciones locales
En agosto del año pasado se documentó el primer grupo de 32 personas que quedaron literalmente atrapadas en la frontera entre Polonia y Belarús. Los soldados bielorrusos bloqueaban la salida y los guardias fronterizos polacos bloqueaban la entrada. “Fuimos allí para saber si podíamos ayudar e hicimos una intervención muy simple. Teníamos abogados que ayudaron con los procesos de solicitud de asilo y pensábamos que duraría dos o tres días, pero realmente estuvieron cerca de dos meses en ese lugar”, narra Kalina Czwarnóg, portavoz de Fundacja Ocalenie, una organización que trabaja en la acogida y que monitorizaba la situación en ese momento, consiguiendo documentar por primera vez las devoluciones en caliente por parte de la Guardia Fronteriza polaca.
“Los soldados no nos permitieron trabajar directamente con estas personas. El Gobierno declaró el estado de emergencia y tuvimos que dejarles allí, pero confirmamos que fueron devueltas”, destaca la portavoz.
Ese mismo mes, diversas organizaciones sociales y activistas decidieron empezar a coordinarse y trabajar juntas, creando una movimiento social bajo el nombre de Grupa Granica —Grupo de Fronteras—. Su misión es monitorear la situación en la frontera, documentar y denunciar las violaciones de derechos humanos y oponerse a las medidas represivas, realizando intervenciones de acción directa y ayuda humanitaria, en muchos casos llevada a cabo por habitantes locales, únicos autorizados a entrar en la zona.